Como el convencional, este plástico tiene las mismas propiedades y
aplicaciones, pero en el futuro se incorporará al suelo sin contaminar
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Un grupo de investigadores de la
Universidad de Buenos Aires (UBA) encontró en silencio la fórmula que
puede llegar a revolucionar la ecología. No es que van a eliminar las
pilas, ni los gases tóxicos. Tampoco se opondrán a las minas de oro. Lo
suyo pasa por algo más simple: lograr que el plástico que consumimos todos
los días sea degradado por la tierra.
Según acaba de informar en su última reporte la Facultad de Agronomía, los
científicos ya saben que gracias a un nuevo proceso de producción basado
en las bacterias la industria podrá fabricar plásticos con las mismas
propiedades y aplicaciones que los convencionales, pero sin que afecte la
salud del planeta.
De hecho, Silvia Miyazaki, quien desde hace diez años conduce la
investigación en el laboratorio del Área de Agroalimentos, cree que "la
cantidad de petróleo va disminuyendo año a año y, por otro lado, la gran
cantidad de contaminantes del medio ambiente por la presencia de estos
plásticos, desechados después de su uso. La idea es conseguir un material
que después de ser utilizado, se degrade en un tiempo relativamente corto
como treinta días".
Mientras cuando fue creado el plástico se consideró casi revolucionario
porque estaba pensado para durar, hoy el nivel de contaminación es tal que
el objetivo de los estudiosos justamente pasa por todo lo contrario: ver
la forma que cada vez dure menos.
El 40% del plástico en la Argentina es de empaques. El problema es que los
precintos, diferentes hilos, el nylon y los envases de todo tipo tienen un
uso efímero, pero una vida centenaria. Al menos hasta ahora, porque de
adoptarse la idea de la UBA, todo puede cambiar.
Los investigadores argentinos hallaron la fórmula para obtener distintos
tipos de plásticos teniendo como insumo principal a los remanentes
agroindustriales y la mano de obra la aporta una bacteria. Pese a que por
el momento la fabricación se realiza en el laboratorio, el know how ya
está disponible para transferirlo a escala industrial.
Según contó la UBA, Miyazaki trabaja con becarios del Conicet y en
colaboración con científicos de la Comisión Nacional de Energía Atómica y
con grupos de Alemania, Japón e Italia. Pero desde que conocen el proceso
de producción, sus trabajos se concentran en analizar las condiciones de
biodegradación de los materiales.
Los plásticos están constituidos por compuestos químicos formados por la
combinación de moléculas en unidades estructurales repetidas, que reciben
el nombre de polímero. "El proceso de degradación comienza cuando el
polímero es enterrado, mientras esté en contacto con el aire es totalmente
inerte y puede conservarse durante años. Tiene la misma durabilidad que el
plástico común", asegura la especialista.
La producción de bacterias
Con sus orígenes en 1926, en el Instituto Pasteur de Francia, la bacteria
Bacillus megaterium pasó a la historia por ser capaz de producir
poliéster. De ahí a inicios en los 90, cuando comenzó a estudiar el área
de Agroalimentos de la UBA, sólo el atisbo de la crisis petrolera en 1973
volvió a poner en la agenda el tema de un sustituto plástico más saludable
para el ecosistema.
En la nota de la FAUBA, los expertos informaron que durante tres años se
dedicaron a recolectar distintas bacterias por todo el territorio
argentino para seleccionar el microorganismo que "trabajara mejor" y que
fuera totalmente inocuo.
La elegida resultó ser la Azotobacter chroococcum. El paso siguiente fue
poner la "fábrica" en funcionamiento. Para ello, colocaron el microbio en
un medio de cultivo, donde se lo alimentó con fuentes carbonadas y
minerales.
Pero a diferencia de los seres humanos, necesita estar bajo condiciones de
"estrés" para actuar con mayor eficiencia. "Sólo cuando se provoca un
disturbio en el crecimiento de la bacteria, se interrumpe su camino
metabólico y se desvía a la formación de un poliéster", dice la doctora
Miyazaki.
¿Cómo se logra? "Por ejemplo, la falta de oxígeno o nitrógeno provoca que
la bacteria acumule el poliéster como materia de reserva. En un período de
cuatro días almacena un 80 por ciento de su peso", agrega.
Tal como indica la UBA, "los investigadores rompen la pared bacteriana
para extraer el poliéster acumulado, lo purifican y calientan para
transformarlo en plástico".
Es decir que "una vez que tenemos el material fundido, observamos la
cantidad de esferulitas, que son pequeños centros que tiene el polímero
que indican el estado de rigidez. Esto sirve para saber el uso que se le
puede dar, para hacer una bandeja o una película", ejemplifica la
investigadora.
Al conocer el camino metabólico, es posible regular la flexibilidad,
rigidez y resistencia del polímero. La doctora Miyazaki explica que estas
características dependen del monómero que se incorpore al medio de
cultivo. El monómero es cada uno de los bloques que se enlaza hasta formar
una molécula larga de polímero.
"Nosotros analizamos qué tipo de monómero tenemos que inducir para lograr
determinadas propiedades como la resistencia a rayos ultravioletas, la
rigidez, la densidad, entre otras. En distintos ensayos, encontramos que
nuestros materiales tienen propiedades semejantes a las del
polipropileno", destaca la investigadora y docente de la cátedra de
Microbiología Agrícola.
Este resultado es importante porque comprueba que se podrán moldear los
polímeros biodegradables con las mismas maquinarias que se emplean para
producir los plásticos convencionales. Por otro lado, se podrán utilizar
como parches o hilos de sutura en cirugías, por ser inocuos para el
organismo.
"Ya sabemos cómo se sintetiza el polímero, pero nos faltan datos más
específicos sobre la etapa de biodegradación. Nosotros mezclamos el
poliéster con un 10 por ciento de fibra vegetal para darle mayor
resistencia. Estamos estudiando qué fibra se intercambia mejor con los
polímeros -explica Miyazaki-. Este tipo de plástico se utilizará para
envases de alimentos, bandejas y recipientes de mayor rigidez".
Lo que nos depara un futuro sustentable
En 1982, cuando se produjo el primer biopoliéster de uso comercial, el
kilogramo valía 1.600 dólares y actualmente, luego de muchos trabajos
acerca de su producción, se llegó al precio de 2 dólares el kilogramo.
"En 20 años se logró bajar el costo de producción radicalmente", apunta
Miyazaki. Y aunque todavía es más barata la materia prima derivada del
petróleo, las leyes de la economía presagian que este combustible fósil se
irá encareciendo a medida que disminuya su extracción.
Ante este futuro cercano, muchos países avanzaron en el tema. "En Europa
hoy se está fabricando porque existe conciencia por el cuidado del medio
ambiente, en Alemania se están comercializando envases biodegradables de
shampoo Wella y en el Japón se está utilizando este plástico para hacer
tarjetas de crédito y pelotitas de golf - añade la doctora-. En
Sudamérica, Brasil ya ha realizado ensayos pero en la Argentina, pese a
que tenemos todos los recursos, no hay conciencia".
Si bien nuestro país está rezagado en la producción, no lo está en lo que
respecta al consumo. Según datos publicados por la Cámara Argentina de la
Industria Plástica (CAIP), la Argentina es el mayor consumidor de
plásticos de América latina y ocupa el lugar número 11 a escala mundial.
En 2002 -último dato registrado en el anuario 2003 de la CAIP-, el consumo
anual por habitante fue de 21,2 kilogramos. Si esta cifra se mantuvo,
entonces habremos incorporado más de 750 millones de toneladas de
polipropileno en dos años, que recién dentro de cien serán integradas al
suelo. Sin embargo, este círculo vicioso puede convertirse en virtuoso si
se adoptan decisiones que contemplen el futuro de las próximas
generaciones.
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